lunes, 6 de febrero de 2012

Fanatismo (Parte 2)


 El seudo aficionado (fan) a los grupos musicales, así como al deporte profesional, principalmente al fútbol, por su fanatismo y apasionamiento, en segundos pasa por varios estados de ánimo.
 Sufre un cambio radical en su conducta, de la alegría a la tristeza, al enojo, al arrebato, al llanto, a la histeria, caen en el desequilibrio emocional hasta llegar a la violencia sin medir las consecuencias y, peor aún, no sienten remordimiento.

Es común que los fanáticos se desgarren las vestiduras ante la adversidad; desbordan sus enojos y hasta sus alegrías con el vandalismo, cualquier pretexto es motivo para llegar al desmán. Sufren una mezcla de sentimientos encontrados. No hay autocontrol, no hay capacidad para el dominio de sí mismo por carecer de disciplina, poco razonamiento y por estar sumidos en una subcultura que no les permite tener clara conciencia. 

  Personas con esta conducta tan disparatada, en su mayoría forman parte de las mal llamadas barras y por añadidura las califican bravas, en general barras bravas! Ejemplo de ello en nuestro país las revueltas entre la barra Ultrafiel (del Olimpia), Megalocos (Real España), Macroazurra (Motagua), entre otras.
 En Honduras actualmente, tanto medios de comunicación como la sociedad, definen a las “barras” como grupos de individuos fanáticos de un equipo de fútbol que suelen actuar con violencia.

   Barra, en realidad, en su exacta definición y que ha existido muchos años antes de las que ahora forman los apasionados fanáticos, es un grupo duradero de amigos que, en sociedad, comparten intereses comunes con sanos propósitos. Tenemos por ejemplo la barra de abogados, de médicos, ingenieros, de grupos políticos, etc.

Pero las “barras bravas”, desde las Malvinas hasta Canadá, de Asia a Europa, de Oceanía al Medio y Lejano Orienta, en África, en las islas del Atlántico y el Pacífico, están integradas por una mayoría de fanáticos adictos.

 Sus integrantes suelen atacar con violencia a quien se atreva a criticarlos, no permiten ni toleran el mínimo señalamiento por sus malas conductas. Impera entre muchos de ellos la cobardía, toda vez que aprovechan las masas y el anonimato para cometer sus fechorías dentro y fuera de los estadios. 

Qué diferencia a las porras formadas por amigos y familias, grupos de partidarios que apoyan animosamente a los suyos y cuando rechazan a los equipos contrarios lo hacen con orden y respeto. Hay mucha diferencia entre aficionados (que por fortuna son la gran mayoría) y fanáticos que, siendo minoría, provocan mucho daño.

El mal está desde sus orígenes, en la deformación por la mala influencia, en otros casos hasta provocados por algunos medios de comunicación que, por el afán de lograr mayor audiencia acuden al amarillismo mediante el libelo mediático que contaminante al individuo. Sobre esto, bien vale la pena aun otro reportaje especial y con mayor profundidad.

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